Por Gian Carlo.
Héroe de la infancia
El poeta escocés Alastair Reid, en una entrevista, tiró dos frases. Una ya la había leído, pues está en el prólogo de un poemario de Neruda, libro que vive en mi biblioteca, después de haber pertenecido a una universidad del condado de Sussex, cerca a Nueva York (robar libros no es pecado, solamente delito, dijo alguna vez García Márquez, creo). Reid se la copió a ciertos monjes budistas que, además, eran pescadores: En una red, no sólo son importantes los nudos que la forman, sino también el aire que ellos dejan pasar. Sin embargo, su segunda frase me mató: Si viniera un marciano y me preguntase qué es el fútbol, un video del Brasil – Francia del ’86 lo convencería de que se trata de una elevada expresión artística.
Dios mío, Brasil del ’86: Alemão, Careca, Júnior, el doctor Sócrates y un tal Arthur Antunes Coimbra, más conocido en el submundo de mis héroes infantiles –y en el resto del planeta también- como Zico. El garoto nacido en el barrio de Quintinho, de la apeligradísima Río de Janeiro, la Cidade Maravilhosa, fue uno de los jugadores más sutiles y brillantes que haya visto en mi vida. Perfecto ejecutante de tiros libres, se debe de haber hecho todo un otoño con tantas folhas secas.
Enfrentado por los medios con Maradona, ambos ejercieron la hegemonía de la genialidad en nuestro continente, al punto de ser llamados los dos mejores volantes del mundo durante años (algo así como la discusión que hay para saber si es mejor Messi o CR7, pero sin tanta mariconada de por medio).
Los goles de chalaca, media volea, rabona y cuanta jugada se nos ocurra, ya eran pan de cada domingo en el Brasileirão. Zico se cansó de levantar copas en Brasil con su Flamengo de toda la vida, además de romperla en el Udinese, a mediados de la década del ’80. Tras una lesión que pareció acabar con su carrera, se fue de Italia, regresó a Brasil y campeonó una vez más. Fue goleador carioca millones de veces, otras tantas acabó como goleador del país, fue campeón de la Libertadores y campeón de la Intercontinental. La famosa jugada que no pudo convertir en gol Pelé, frente a Uruguay en el ’70, la hizo Zico.
Yo pensaba que, al igual que el Diego, estos dos era algo así como dioses. Cuando ambos fallaron sus penales, en dos mundiales diferentes, me di cuenta de que eran mucho más que eso. El enorme Zico, ahora entrenador de la selección de Iraq, sigue dando guerra en el fútbol.
Video de otro lote:
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