Justicia para Walter


Por El Pelusa.


El sábado 24 de Septiembre, lo que se suponía iba a ser una fiesta del fútbol terminó en tragedia con la muerte de Walter Oyarce, un joven hincha de Alianza Lima, quien cayó desde uno de los palcos del estadio Monumental. Este hecho ha conmovido a casi todo el país. Se trata de una bofetada que invita a la reflexión tanto en blanquiazules, celestes, cremas, rosados y, en general, futboleros. El dolor e indignación no distingue camisetas.  

En definitiva, los presuntos asesinos son tipos inescrupulosos que buscan de alguna manera atacar al enemigo movilizados por un odio que, naturalmente, tiene consecuencias de esta índole. En el marco de los sentimientos que puede producir un equipo de fútbol, la ira hacia el rival de turno se sostiene bajo la hipótesis de la competitividad. Es en este punto en donde yo me pregunto, ¿y si no es así? ¿y si ese odio es fomentado? Justamente, los deportes en donde no hay esta animadversión  son sumamente pobres e irrelevantes para nosotros los mortales. Con el odio se lucra y se gana muchísimo dinero.

Se sabe también que en el fútbol existe un doble discurso donde se condena la violencia, pero a su vez esta se  genera. La mayor parte del tiempo se incentiva a la violencia (tal vez involuntaria o voluntariamente) cuando se exagera demasiado el triunfo de un equipo sobre otro o cuando nos dicen que “nos estamos jugando la vida” en un partido definitorio por un campeonato o por el descenso mismo.  A esto se le suma las notables diferencias entre los niveles socioeconómicos y culturales que existen en un país como éste. No quiero ahondar demasiado en teorías psicológicas, ni tampoco entrar en un vaivén sociológico innecesario.

Lo puntual acá es que desde hace muchos años (o quizá desde siempre), han existido conductas violentas en el fútbol. En los clásicos precisamente, el conato de fanatismo incesante se entremezcla con el arraigado tema de la pasión, la pasión sin límites. Hablo de gente cuya vida gira únicamente en una camiseta, una institución, un escudo.  Que viven permanente esa insania de “ser superiores”,  desconociendo en lo absoluto los límites del denominado “folclore”.

La muerte de Walter Oyarce podría suscribirse como otro episodio más en la sangrienta historia de nuestro fútbol. Con la especulación de que tal vez hemos, por fin, aprendido la lección o nuevamente encontrarnos en un escenario donde nos miremos las caras como diciéndonos “por qué de nuevo”, “hasta cuándo”.  

A todo esto se le adhiere la ignominia mediática que convierte la problemática infundada por unos vándalos en un cabaret de cuarta.  Se le da cobertura al ‘Cholo’ Payet o al ‘Loco’ David, personajes que al igual que ‘Bolón’ se volverán estampitas en el olvido.  Cierto “periodismo” no entiende que el meollo del asunto va más allá de los personajes. Los involucrados somos todos, como sociedad, pues debemos entender donde está el límite de toda esta locura.  

Mientras Miyashiro y Magaly interpelan una absurda y mediática querella judicial. Mientras Peredo y compañía sigan hablando del gol de Morel  y de lo que nos dejó la fecha.  Mientras el amigo Butters le siga pegando a Kike Sánchez y buscando un culpable entre sus enemigos, desde acá humildemente solo pedimos que este caso no quede impune y que de una buena vez por todas se haga justicia por Walter. Esa que se tarda, pero finalmente llega.

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