Por El Pelusa.
Se sabe también que en el fútbol existe un doble discurso donde se condena la violencia, pero a su vez esta se genera. La mayor parte del tiempo se incentiva a la violencia (tal vez involuntaria o voluntariamente) cuando se exagera demasiado el triunfo de un equipo sobre otro o cuando nos dicen que “nos estamos jugando la vida” en un partido definitorio por un campeonato o por el descenso mismo. A esto se le suma las notables diferencias entre los niveles socioeconómicos y culturales que existen en un país como éste. No quiero ahondar demasiado en teorías psicológicas, ni tampoco entrar en un vaivén sociológico innecesario.
Lo puntual acá es que desde hace muchos años (o quizá desde siempre), han existido conductas violentas en el fútbol. En los clásicos precisamente, el conato de fanatismo incesante se entremezcla con el arraigado tema de la pasión, la pasión sin límites. Hablo de gente cuya vida gira únicamente en una camiseta, una institución, un escudo. Que viven permanente esa insania de “ser superiores”, desconociendo en lo absoluto los límites del denominado “folclore”.
La muerte de Walter Oyarce podría suscribirse como otro episodio más en la sangrienta historia de nuestro fútbol. Con la especulación de que tal vez hemos, por fin, aprendido la lección o nuevamente encontrarnos en un escenario donde nos miremos las caras como diciéndonos “por qué de nuevo”, “hasta cuándo”.
A todo esto se le adhiere la ignominia mediática que convierte la problemática infundada por unos vándalos en un cabaret de cuarta. Se le da cobertura al ‘Cholo’ Payet o al ‘Loco’ David, personajes que al igual que ‘Bolón’ se volverán estampitas en el olvido. Cierto “periodismo” no entiende que el meollo del asunto va más allá de los personajes. Los involucrados somos todos, como sociedad, pues debemos entender donde está el límite de toda esta locura.
Mientras Miyashiro y Magaly interpelan una absurda y mediática querella judicial. Mientras Peredo y compañía sigan hablando del gol de Morel y de lo que nos dejó la fecha. Mientras el amigo Butters le siga pegando a Kike Sánchez y buscando un culpable entre sus enemigos, desde acá humildemente solo pedimos que este caso no quede impune y que de una buena vez por todas se haga justicia por Walter. Esa que se tarda, pero finalmente llega.
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